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Posted by : Oculus viernes, 1 de abril de 2016

Hola a todos, en estas nuevas entradas os iremos contando las historias de diversos cementerios con encanto de España.

Ya que somos de Valladolid empezaremos por nuestro cementerio más longevo.


El que conocemos como cementerio del Carmen se hallaba lo suficientemente alejado del núcleo de población, comunicado a través de caminos rectilíneos que salían de alguno de los portillos que todavía se existían en el siglo XIX como el del Prado. 

Es una obligación del cristiano dar sepultura a los que han fallecido identificando  este lugar de tránsito como espacio sagrado.

En la antigüedad, los templos acogían a los que habían fallecido con la celebración de las exequias y los correspondientes oficios e incluso dependiendo de su consideración social la celebración de las honras fúnebres. Cuenta Anastasio rojo que los médicos que clamaban contra los vapores corruptos que salían de entre las losas de las iglesias por muchos cadáveres que allí estaban depositados, por eso era habitual que los malos olores  fueran combatidos por el incienso.


Hasta La real cédula de Carlos III, promulgada en 1787, que obligaba a los ayuntamientos a crear cementerios públicos fuera de las ciudades, con la pretensión de desterrar la arraigada costumbre de utilizar con este fin las parroquias y conventos del interior de la ciudad.

Pero hasta el 1º de septiembre de 1833 no se produjo el primer enterramiento en el de Valladolid  un año antes de la epidemia de cólera.

Fueron los Carmelitas Descalzos  los que recibieron el ofrecimiento por parte de la Junta de Propios y Arbitrios  para vender parte de su huerta con el objetivo de hacer una nueva necrópolis en el año 1834.  El médico Luis Mejía advertía que la ubicación del mismo no perjudicaba ni a los frailes con el convento ni al núcleo urbano de Valladolid, “pues los aires que lo batían caminaban en direcciones oblicuas, hallándose en todo él una serie de árboles no interrumpida y que contribuían a renovar y purificar los aires”  eran los cipreses, y todo se encontraba valorado en 17.650 reales.

Para dotar al cementerio de una entrada adecuada se tuvo noticia que la portada del antiguo colegio de los Agustinos de San Gabriel, que se hallaba junto al convento de San Agustín, hoy el Archivo Municipal, había sido desarmada y se que se encontraba depositada en el almacén de la Policía Armada. Se optó por reedificar, realizar las obras pertinentes y permitir que aquella sirviera de puerta principal para cementerio general. En 1844  ya se habían concluido las obras, situándose en la fecha de 1843  en la reja de hierro que se colocó en semicírculo en la parte superior de la misma. Al mismo tiempo los cementerios de las parroquias van cayendo de en desuso.


Rufino Burrieza era un Zamorano que se había establecido en Valladolid hacia 1845  era cirujano sangrador en la calle Teresa Gil  se compro un terreno destinado al enterramiento en este recién inaugurado cementerio, era 1863  y tuvo que abonar por el mismo la cantidad de 405 reales.

Son muchas las tumbas con una arquitectura increíble, pero lo más llamativo de este cementerio es el Panteón de Personas Ilustres, situado en una extensa zona ajardinada inmediatamente a la izquierda según se entra en el camposanto.  Hasta que el panteón acogió  a Rosa Chacel, se llamaba de “Hombres” Ilustres: José Zorrilla es su más antiguo ocupante quien en su testamento pidió ser enterrado en Valladolid y es acompañado por las tumbas de Macías Picavea, Narciso Alonso Cortés, Emilio Ferrari, Vicente Escudero, Pío del Río Hortega... o Rosa Chacel y, hasta la fecha, Miguel Delibes fue el último en ser traído al lugar. Hasta 10 “ilustres” están aquí enterrados. Preside el panteón una alegoría de Castilla ejecutada por Carretero (el mismo escultor que hizo la estatua del  Conde Ansúrez en la plaza Mayor y el monumento a Zorrilla).






A un lado y otro del mismo jardín sendos monumentos a Onésimo Redondo y al general Martínez Anido.




Varios bomberos, nueve exactamente, pero sobre todo un buen puñado de militares, recuerdan la espantosa explosión y el incendio del polvorín del Pinar: en septiembre de 1940 más de un centenar de personas perdieron la vida, y el ruido angustió a buena parte de la población vallisoletana. Curiosamente, diez años después una nueva tragedia en el mismo lugar dejó un rastro de 5 muertos.


Perdidos en el bosque de tumbas y panteones, escudos nobiliarios,  y cruces y ángeles custodios, hay un recuerdo de la Cruz Roja para los sufridos camilleros, una larga relación de órdenes religiosas y modestos panteones que acogen los restos de  fallecidos al amparo de la beneficencia, que se mezclan con ilustres apellidos de la burguesía vallisoletana, añorados patriarcas gitanos y algún que otro guiño a la afición futbolera de quién adorna su tumba con los colores del Barcelona o del Real Valladolid.







Alcaldes que marcaron páginas de la historia vallisoletana, como Miguel Iscar, García Quintana y Santiago López, entre otros, también están enterrados en este cementerio del Carmen.
Nos podemos despedir  con el aire de romanticismo decimonónico que se respira en las primeras cuadrículas del cementerio, con los pequeños monumentos neogóticos de los panteones,  o con la fantasía kitsch de algunos enterramientos gitanos, hacia el final del cementerio en su parte más nueva.
 

 

 

 

 
 



Con todos estos tipos de monumentos y panteones os invitamos a visitar este fascinante cementerio, siempre con el máximo respeto que se tiene que tener en estos lugares sagrados.

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